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brunodipardo

Charboneee

¿Por qué me metí en esto? no sé ni cómo explicarlo. Nací a 400 kilómetros de la cancha de River, en Villa Gesell, y a más de 10.000 km del estadio del Real Madrid, donde ahora, en este momento, estamos definiendo la Copa Libertadores contra Boca ¿Por qué no me hice surfer o pescador? ¿Por qué tengo que estar pasándola así? ¿Qué gano con todo esto?

Ya tiré plata en la entrada del partido que se suspendió en el Monumental: fui y vine 800 kilómetros al pedo. Acaba de terminar el primer tiempo en Madrid y perdemos 1 a 0. El gol de Boca lo hizo Darío Benedetto poco antes del entretiempo y se me vino a la cabeza la pesadilla de la infancia: Martin Palermo arruinándonos los clásicos. Corto la entrada de la final suspendida, debe ser eso, es mufa. Nunca fui supersticioso pero tengo que aferrarme a algo. Corto también la entrada de la semifinal de ida de 2017 con Lanús, que perdimos 4 a 3 una serie que ganábamos 3 a 0.

El primer tiempo lo vi sólo en mi casa de Tandil. Mi amigo Naza, que vive conmigo, está de viaje. Mejor, es músico y está ajeno a la final, aparte prefiero ver los partidos solo, no me gusta que me vean convertido en el idiota que me convierto viendo a River. Un resumen del primer tiempo diría que mi equipo tuvo más la pelota pero fue impreciso y no pudo lastimar a Boca, que esperó y salió de contra generando las jugadas más peligrosas y así, llego el gol de Benedetto, que festejó sacándole la lengua a Gonzalo Montiel, el defensor de River. Era Boca sacándonos la lengua en la final de todos los tiempos. Esperé el empate sacando del medio de Lucas Pratto como en la Bombonera, en la primera final, pero no llegó, y terminó el primer tiempo.

Aprovecho lo que queda del entretiempo, salgo al patio y lo veo al Chavo, el perro de Naza, tirado al sol y despreocupado, que ganas de estar como él, desconociendo la existencia de este partido. Digo el perro de Naza pero también ya es un poco mío porque vivimos en la misma casa hace tres años. Iba conmigo cuando lo chocó un auto y perdió dos dedos del pie; siguió viviendo como si nada, mientras yo no puedo soportar una derrota parcial de mi equipo. Durante el primer tiempo él estuvo afuera de casa. Lo llevo hasta la plaza de la esquina y me acuerdo que se revolcó conmigo en el piso después del penal del Pity Martinez en Brasil contra Gremio. Volvemos a casa para el segundo tiempo y lo dejo entrar para lo que queda de la final: en una de esas trae suerte.

No hay lugar para merienda, cerveza, ni picada. Mi organismo sólo puede asimilar un gol de River. Pienso qué hacer si perdemos, una opción es salir a correr a la ruta, para matar la angustia lejos de los festejos Bosteros; otra, más cara, romper el televisor.

Si se confirma la derrota, el ciclo de Marcelo Gallardo como DT queda chiquitito, como nosotros contra Boca.

Arranca el segundo tiempo y estamos mejor. Nacho Fernández parado por derecha y más adelantado casi empata desde afuera del área y después habilita a Lucas Pratto para que Andrada le haga un penal que el árbitro no ve, y el VAR tampoco.

Entra en River Juanfer Quintero por el capitán Leonardo Ponzio. Quintero pone a jugar a todos y levantando paredes con Nacho Fernández y Palacios le sirven el gol a Pratto que empata como en la Bombonera. Lo salgo a gritar al patio, si me escuchan los vecinos mejor, entro y lo sigo gritando. Pase lo que pase ya me desahogue bastante.

River ya está suelto, juega por abajo y domina a boca que hace tiempo y espera alguna contra. De esa forma nos ganó clásicos desde que tengo memoria. Un tiempo para cada uno dice el Diego Latorre, el comentarista, y termina el segundo tiempo.

Arranca el alargue y, mientras me retuerzo en el sillón, trato de entender como hacen esos tipos para jugar en un momento así. Yo hubiese pedido el cambio como Benedetto, que salió por Wanchope Abila cuando todavía iban ganando. Enseguida lo echan a Wilmar barrios. Bueno ahora sí, no se puede escapar. Juanfer Quintero la tira dos veces a la tribuna. ¿Tendrá alguna más?

Ya en el segundo tiempo del alargue Camilo Mayada se la toca a Juanfer Quintero que saca un zurdazo que pega en el travesaño, pica adentro y nos eyecta al paraíso. Por primera vez en la serie estamos arriba. El Chavo se asusta por mis gritos y empieza a ladrar, o a gritar el gol. Salgo a gritarlo a afuera. Se lesiona Fernando Gago y me da un poco de lastima pero apreto el puño.

Nos perdemos tantos goles que sobrevuelan los fantasmas del empate de ellos sobre la hora. Están con nueve por la lesión de Gago. A los ponchazos nos acorralan y Leonardo Jara casi empata con un tiro que pega en el palo y se va al corner. Va a cabecear Andrada. Tiran el centro, la saca Armani y recién cuando el Pity Martinez cruza sólo por la mitad de cancha me levanto del sillón, abro la heladera y destapo la primera cerveza. El corazón se me sale de lugar. Me llama mi viejo desde Villa Gesell, sólo le digo que no doy más. Le pongo la camiseta de River al Chavo.

Se me desbloquea un nuevo nivel de felicidad. No hay cargadas a amigos bosteros, para eso estará el resto de la vida. Deben estar en sus casas con ganas de romper el televisor. ¿Cómo van a hacer para dormir hoy y los próximos meses?

Llega a mi casa Batik, un amigo dj, que de futbol no entiende pero se prende en todos los festejos. Se van rápido dos cervezas, un vino y medio fernet mientras el Chavo se pasea con la camiseta de River por la casa. Llega Naza de su viaje, se cambia y nos vamos a brindar al centro, pasamos antes por el almacén de Juancito a buscar más cerveza para el camino.

En ese camino, el alcohol y la euforia tomaron mi cuerpo. Solo algunas imágenes de esa noche quedaron en mi memoria. Uno es haber estado en una cervecería a la hora de la cena, en un ambiente muy familiar, los festejos estaban en otro lado, en la plaza del centro. Yo golpeaba mi vaso contra la mesa y cantaba desubicadamente por el campeón.

Otro es haber visto a mi vecino, Sebastián Charbone, en una mesa cercana. Tenemos una relación en la que solo compartimos wifi y nos saludamos sin darnos la mano cuando nos cruzamos. Él estaba en el bar con su novia y una pareja amiga y yo le gritaba “Charboneeeeeee aguante River” y el negaba con la cabeza y se hacia la franja de Boca.

El otro recuerdo que tengo es cruzarme a mi ex novia yendo al baño y después del papelón que estaba haciendo habrá pensado que hizo bien en haberme dejado seis meses atrás.

…………………………………………

A la final le siguió un faltazo al trabajo el día siguiente, también un Mundial de Clubes con un sabor amargo por no poder llegar a la final contra el Real Madrid. Pero ya estábamos en el cielo. En enero y febrero de 2019 mirar las repeticiones de las dos finales fue una rutina.

En marzo ya la espuma había bajado y había que mirar para adelante. Con 28 años, a mi vacío existencial de haber estudiado una carrera que no era para mí, de tener un trabajo que no me gustaba, de tener un jefe que pretende rendimientos propios del Real Madrid con las condiciones y sueldos de Laferrere, se le sumaba ahora que mi equipo ya lo había conseguido todo, no había meta que superar. ¿Qué es el fútbol sino esperar una revancha? ¿Qué es el futbol si no es una esperanza?

En octubre del 2019, como por inercia, eliminamos a Boca en semifinales de Libertadores en la Bombonera. Se trataba de un hecho hermoso, pero yo estaba tan lleno que no lo disfruté como correspondía. Como si haber llegado al cielo en Madrid nos privara de los placeres terrenales. La final con Flamengo me dolió, pero ya veníamos de ganarle la final a Boca y volver a eliminarlo en semifinales por lo que fue un rasguño comparada a la eliminación con Lanús de la Libertadores 2017. Esa noche con Lanús la había visto vi con Joaco un amigo de River en la casa de José, otro amigo que estaba trabajando a la hora del partido y como ni Joaco ni yo teníamos cable nos dio las llaves de su departamento. A los veintidós minutos ganábamos dos a cero y sumado al uno a cero de la ida en el Monumental Lanús necesitaba 4 goles para clasificar. Joaco le pedía a Gallardo que sacara a Ponzio, que lo guarde guardara para la final, y a mí me decía que le pida plata prestada a mi viejo para ir a ver la final contra Gremio en Porto Alegre. Yo le decía que vayamos a comprar más cerveza en el entretiempo, que con la que teníamos no alcanzaba para festejar. Pero antes de que termine el primer tiempo José Sand le puso play a la película de terror y descontó para Lanús. River bajó la guardia y le entraron todas las piñas, cuatro en total y Lanús a la final.

Y la respuesta a mi crisis estaba en River, o en Gallardo, que es lo mismo. El Muñeco, ahora técnico del equipo, jugó en grandes equipos de River pero siempre le costó mucho ganar títulos internacionales. Hasta perdió la final de la Copa Sudamericana 2003 con Cienciano de Perú, un equipo que yo desconocía.

Pero Gallardo, como técnico, encontró la solución: mirar para adentro. Encontró que en River faltaba una mentalidad, una forma de enfrentar los duelos mano a mano que caracterizan las competencias internacionales. Esa carencia fue la que descubrió el Muñeco en River, o en él, que es lo mismo.

En esta cuarentena que casi nos obliga mirar para adentro, encontré que por no expresar mis emociones me enfermaba. Nunca me sentí cómodo sin poder ordenar las palabras, sin poder corregirlas. Necesitaba pensar si lo que le llegaba al otro era lo que yo quería transmitir. En el colegio, Me iba mal en las lecciones orales y bien en las escritas.

Y escribir empezó a ser eso para mí, el cambio de mentalidad. Mi terapeuta me dijo que escriba, y tenía que ser sobre mí, o sobre River, que es lo mismo.


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