La primera vez que subí a un escenario tenía ocho años. Era la clase de teatro de mi hermana. Y me llevaron. En un momento había que pasar a improvisar. Y subí solo. E improvise lo único que había en mi cabeza: un periodista hablando de River. Dije que River le había ganado a boca el domingo y que River iba primero en el torneo local y que River le había ganado al Vasco da Gama de Brasil por la Copa Libertadores. Miré al público y estaban todos serios. Ya no sabía que más decir. Y había venido mi mamá a buscarme y estaba sería. Y la profesora, Adriana, la maldita Adriana me dijo en tono irónico: ¿sos de River Bruno no? “Si, imbécil” le contesté. No mentira, no dije nada. Me fui a mi casa triste y puse la tele: había un periodista mostrando goles. Él sí podía mostrar los goles, yo solo podía hablar. Y juré nunca más subir a un escenario.
Hasta que en un acto de la escuela me dijeron que tenía que actuar. Pedí un papel secundario. Y lo logré: Juan Bautista Alberdi, cura, tal vez pedófilo, no lo sé, nunca me metí del todo en el personaje. Pasé caminando por el escenario, me enrede con la sotana y tropecé. No llegó a ser caída, pero escuché las risas del público y de Pablito Correa que caminaba atrás mío. Mi vida y los escenarios divergieron hasta que un día, allá por 2010, fui a ver a un amigo que hacía Clown. No sabía lo que era Clown. Todavía no sé lo que es clown. Pero me reí mucho y dije “algún día me voy a anotar”. Y al año siguiente pensaba arrancar pero ese verano mi vieja me encontró un porro y se puso a llorar. Le prometí que no iba a fumar más y entonces pensé: si arranco clown va a pensar que me estoy drogando así que mejor no. Y me olvide del clown. Hasta la semana pasada que ví una publicación de un taller de clown que era de solo dos días. Un sábado y un domingo a las 10 de la mañana, gratis. Me anoté y escribí este texto para llevar, para no caer con las manos vacías. Que voy, que no, que voy, que no, que voy: Irygoyen 1990, 10 am. La modestia del lugar me hizo pensar que no habría escenario. Me senté enfrente a esperar si llegaba alguien. Y apareció una chica. Entré atrás de ella. Había muchos personajes, uno se llamaba Máximo y decía tener toda la Matrix en su cabeza. Otro tenía la gracia de hacer el ruido de una gota de agua cayendo a un estanque. Una se llamaba chaparrita y decía ser nieta de la Chilindrina. Un pelado cantaba Zamba para Olvidar. No pude leer el texto porque la idea era "poner el cuerpo" según dijo el profe. Y lo puse y volví agotado y confirme que los escenarios no son lo mío. Antes de acostarme a dormir la siesta cree mi propio canal de Youtube, para mostrar y comentar los goles del partido del domingo, pero solo pude hablar del error de González Pirez.
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