Jorge mandó a su hijo a catecismo para poder ir a un taller de escritura. En su casa ya se acostumbraron a su ausencia los miércoles.
Jorge llega del taller y ve desde afuera como todo funciona sin él. Jorge siente alivio. Pero también miedo: el taller está por terminar.
Jorge sabe que del otro lado le aguardan dos opciones: remisero y niñero. Jorge necesita estirar el taller. Se sienta en la plaza y piensa que hacer con esas horas que le ganó a la vida.
Jorge no quiere hablar de bitcoins. Quiere jugar con bombillas perdidas y con almas recicladas. Cuelga a sus clientes en el teléfono para escribir sobre granaderos y Yankees en Ayacucho.
Escucha a su hijo rezar antes de ir a dormir y se pregunta si no hubiera sido mejor mandarlo a otra actividad. Ahora le dicen Georgi. A él le gusta.
Llega un nuevo miércoles y Jorge le dice a su hijo “vamos que llegas tarde”. Ve la cara desganada del niño. Y le da culpa. Lo deja en la capilla, arranca para el taller y piensa:
“ma si, que dios me perdone”
Comments