Si tengo hijos estoy seguro de una cosa: cuando los compañeritos vean mi firma en el cuaderno de comunicaciones los van a cargar. Si es que todavía existe ese cuaderno, lo mejor sería que se los firme la hipotética madre.
Nunca pude mejorar mi letra desde los siete años. Tampoco mejoré la forma de atarme los cordones pero eso no viene al caso. Mi mamá me compraba cuadernos de caligrafía para cambiar mis caracteres primitivos pero no surgían efecto.
Mis maestras decían que era cuestión de tiempo, pero el cambio del lápiz a la lapicera tampoco ayudó a clarificar mis mensajes.
¿Ya sabría interiormente que no se iba a usar más la escritura a mano y que todo iba a ser digital en el futuro, que pasaríamos de las lapiceras a los teclados?
Los profesores me pedían que escriba en IMPRENTA MAYUSCULA para poder entenderme.
El técnico de futbol me preguntaba si iba a la escuela cuando me veía firmar la planilla
Ya en la facultad una compañera vió un resumen mío y me preguntó sin maldad: ¿pusiste a tu hermanito a hacer el cuadro sinóptico?
Una esperanza se abrió cuando aparecieron las firmas digitales. Pero al firmar con el dedo índice una compra en el chino entendí que nada había cambiado.
Contigo aprendí, lapicera, que hay cosas que nunca se aprenden.
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