Adentro: el ajo de la pizza, el vino y el helado se mezclan. Reaccionan entre sí, forcejean por un lugar.
Afuera: los ojos entrecerrados, las piernas sobre la mesa ratona, el sillón mullido. La tele marca el arranque de Barcelona-Levante. Los rayos de sol entran oblicuos por la ventana.
Adentro: los jugos gástricos y las enzimas luchan para equilibrar el organismo.
Afuera: Ronquidos sobre los relatos del primer gol de Messi. Encaró de derecha al medio, paso a uno, a dos, a tres, y desde la puerta del área, de zurda, la clavó al lado del palo. La rutina de lo extraordinario, dice el relator.
Adentro: el chorizo seco de la picada, poco masticado, ya eludió la cavidad bucal, cruzó sin problemas un despejado esófago, desfiló por el estómago y espera en la puerta del páncreas. La rutina del domingo.
Afuera: la cabeza inclinada a un costado, la baba cayendo lentamente ¿El relato del partido servirá como disparador de algún sueño? ¿Estarán Maradona, Messi y el Ogro Fabianni tirando paredes en esa cabeza? ¿Serán las playas de Barcelona el epicentro del sueño? En la tele combinan Messi, Neymar, Suarez, Iniesta y Xavi. Explosión de toques, lujos y goles.
Adentro: Explosión de reacciones químicas. Encimas desbordadas, piden refuerzos, llaman al 911, el colapso del sistema es inminente.
Afuera: Una rápida levantada. Una corrida al baño. Una cadena que se tira. Un partido que termina. El alivio de los jugadores del Levante, una semana para recuperarse y una cancha que se descomprime.
Adentro: Se abren las compuertas. El alivio del sistema digestivo. La descompresión de las paredes del esófago y una semana de limón, arroz y jengibre para llegar bien al próximo domingo.
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